He tropezado veinte escalones, cayendo sobre un alfombrado de flores y media luna, descosido a dos agujas. He visto árboles haciéndole guardia a la noche.
Entre ellos he caminado un sendero de candiles. De lejos todos brillaban, marítimos y magnéticos. Pronto, la mirada inquieta de alguno se me ha atravesado en el recuerdo, y mis palmas han empezado a arder.
No debo tocarlos;
yo sé que no debo tocarlos.
De protegerlos se encargará el bosque, mostrando el color que refleja sólo al viajante del sueño. Los despiertos siguen estando a tantas horas de aquí...
Ahora voy tranquilo, arrancándole baldosas al terraplén. Estoy seguro de lo que hay detrás. Y no es un sol amaneciendo arrebatado, sino el último de los faros.
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